Ataque nocturno de los franceses contra el 1er batallón del regimiento 95º Rifles, Barba del Puerco, 19 de marzo de 1810.

El que hoy se conoce como Puente de los Franceses era uno de los tres puentes que cruzaban el río Águeda aguas abajo de Ciudad Rodrigo.  Este hecho lo convertía en un punto estratégico tanto para el mariscal Ney, que en marzo de 1810 se disponía a cercar Ciudad Rodrigo, como para Wellington, que, esperando el desarrollo de los acontecimientos, mantenía su ejército de británicos, portugueses y alemanes desplegado en la frontera.

Durante los meses de febrero y marzo de 1810, el general francés Ferey envió una serie de patrullas de reconocimiento para poder hacerse una idea clara del número de fuerzas aliadas y de cuáles eran sus posiciones al otro lado del Águeda. El general Robert Craufurd, comandante en jefe de la División Ligera británica, respondió aumentando la presencia aliada en las cercanías de Ciudad Rodrigo, y así fue como llegó el regimiento 95º Rifles a hacerse cargo de la defensa del puente que unía las poblaciones de San Felices de los Gallegos y Barba del Puerco, hoy conocida como Puerto Seguro. La noche del 19 de marzo de 1810, el general Ferey ordenó atacar dicho puente con la intención de desalojar a los británicos de Barba del Puerco. 600 voluntarios, seguidos por 1.500 soldados más, cruzaron el puente aprovechando la oscuridad que ofrecía una noche de tormenta, sorprendieron a los centinelas y los capturaron, pero no sin que antes éstos lograran hacer un disparo de alarma.  La pintura de Christa Hook nos muestra a las tropas francesas ascendiendo por las empinadas laderas del barranco y al piquete del 95º Rifles que defendía inicialmente la posición. Estos hombres recibieron pronto el auxilio de tres compañías de su mismo regimiento -comandadas por el teniente coronel Thomas Beckwith, que no tuvo tiempo ni de quitarse el camisón de dormir- que bajaron a toda prisa desde Barba del Puerco para finalmente lograr rechazar a los franceses. Esta acción fue digna de celebración en el ejército aliado y demostró que el rifle, con su ánima estriada y en manos entrenadas, podía ser un arma muy certera, sobre todo en comparación con los fusiles de ánima lisa, con los que estaba equipada la infantería de línea, que había que disparar al unísono un batallón al completo para poder así hacer algún blanco.

De vuelta a casa, Fuerte de la Concepción, 6 de abril de 1810.

En marzo de 1810, estando en ese momento al mando el capitán Hew Ross, la Tropa A de la Real Artillería Montada británica se integró en la División Ligera del general Craufurd. Estos artilleros a caballo tenían como misión apoyar las operaciones llevadas a cabo por la División Ligera entre los ríos Coa y Águeda, al este de la fortaleza portuguesa de Almeida, en esas semanas en las que los franceses estrechaban el cerco sobre Ciudad Rodrigo.

En la población de Aldea del Obispo se encontraba y se encuentra el Fuerte de la Concepción, que fue usado como cuartel por ambos bandos en 1810 y que fue volado en sus puntos clave, siguiendo órdenes del general Craufurd, el 21 de julio de 1810, tras caer Ciudad Rodrigo en manos de los franceses y verse el ejército aliado forzado a retirarse a Portugal.

Esta pintura de Christa Hook nos muestra dos cañones de la Tropa A volviendo a su cuartel, establecido en el Fuerte de la Concepción, un día de abril de 1810. A la derecha del segundo cañón podemos ver dos oficiales del 95º Rifles, perfectamente reconocibles por su casaca verde oscura, un oficial del regimiento 43º de infantería ligera, con casaca roja, y un oficial del 1º de Húsares de la Legión Alemana del Rey, el regimiento de caballería adjunto a la División Ligera en ese momento.

Una maniobra maestra, Fuentes de Oñoro, 5 de mayo de 1811.

Esta pintura representa un episodio sucedido durante la batalla de Fuentes de Oñoro y que se conoce como la masterly manoeuvre. Esta maniobra de retirada llevada a cabo por la División Ligera británica, con la cobertura de la caballería y la artillería montada, cubría a su vez el repliegue de la 7ª división británica en la extrema derecha del ejército aliado, en las cercanías de la localidad portuguesa de Poço Velho. El abanderado Charles Dawson del 2/52º de infantería ligera, nos cuenta lo que ocurrió:

En ese momento el enemigo estaba reuniendo más y más artillería. Se pensó que lo aconsejable era que, tanto nosotros como la artillería, nos retiráramos. Lo hicimos formando cuadros, tan perfectos como si fuera un día de maniobras. Este movimiento creo que lo ordenó el general Craufurd, todos lo recibimos muy bien, ya que, de este modo, estábamos completamente a salvo de la caballería enemiga. Después de que la caballería enemiga cargara contra la nuestra, estábamos convencidos de que iban a venir a por nosotros, así que formamos en tres grandes cuadros y esperamos por ellos, pero no pudieron llegar hasta nosotros, ya que se terminaron metiendo entre nuestra artillería. El capitán Hutton, del 1º de Dragones Reales, reunió a sus hombres y, con el apoyo de los hombres de la artillería montada, los hizo retroceder. Todo este tiempo su cañón estuvo disparando contra nuestros cuadros, pero no hicieron blanco en ningún momento, ya que estábamos a cubierto tras una pequeña elevación. Aunque bien es cierto que las balas de cañón pasaban muy cerca por encima de nuestras cabezas. Siendo esta la primera vez que estuve bajo el fuego artillero, debo decir que no lo disfruté mucho, aunque, tras unos cuantos disparos, uno empieza a acostumbrarse.

El funeral de Craufurd, Ciudad Rodrigo, 25 de enero de 1812.

El asalto a las murallas de Ciudad Rodrigo por parte del ejército aliado comenzó a las siete de la tarde del 19 de enero de 1812. A eso de la medianoche la fortaleza había caído. Los asaltos a la brecha grande y a la brecha pequeña fueron un éxito rotundo y el número de bajas entre los asaltantes resultó ser inesperadamente bajo. Sin embargo, Wellington había perdido en el asalto a alguno de sus más capacitados oficiales veteranos, y otros, como el general Robert “Black Bob” Craufurd habían resultado heridos fatalmente. Craufurd, mientras arengaba a sus hombres en el glacis, había recibido el impacto de un disparo de fusil proveniente de las murallas. Murió cuatro días más tarde y fue enterrado, como nos muestra la pintura de Christa Hook, en la brecha pequeña, que la División Ligera había tomado al asalto. El funeral fue oficiado por el Honorable Charles “Fighting Charlie” Stewart y detrás de él están Wellington y los generales Beresford y Castaños. Suboficiales veteranos de la División Ligera transportaron el ataúd desde el convento de San Francisco hasta la Catedral y luego hasta la brecha pequeña. Cuando la ceremonia terminó, dichos suboficiales, acompañados de un grupo de soldados de la División Ligera, se encontraron en el camino de vuelta al convento de San Francisco con un enorme charco. En lugar de rodearlo, lo atravesaron, que es lo que Craufurd les habría ordenado si hubiera estado vivo. Este tipo de disciplina había sido considerada demasiado dura y poco razonable cuando Craufurd la introdujo durante la terrible retirada hacia Vigo en enero de 1809. Pero sus soldados habían aprendido a respetar los métodos que, en dos años, habían convertido a la División Ligera en la élite del ejército aliado, y eso a pesar de que muchos oficiales odiaban las rudas maneras de Craufurd y sus expeditivos métodos.

Escaramuza en Salamanca, ermita de Nuestra Señora de la Peña, 22 de julio de 1812.

En esta pintura Christa Hook representa un episodio acaecido un poco después del mediodía del 22 de julio de 1812, jornada en la que se libró la batalla de Los Arapiles. El primer batallón del regimiento 68º de infantería ligera y los Caçadores portugueses adscritos a esta unidad, que han mantenido una continua escaramuza con tropas ligeras francesas durante toda la mañana en las alturas de Calvarrasa de Arriba, son relevados junto a la ermita de Nuestra Señora de la Peña por una partida de soldados del 95º Rifles, integrados en la División Ligera, que había quedado al mando del general Charles Alten tras la muerte de Craufurd en Ciudad Rodrigo. El 95º, una unidad especialmente hábil para la escaramuza -es decir, para mantener a distancia al enemigo gracias a los certeros disparos de sus rifles- mantuvo la posición de la ermita, mientras en el otro extremo del campo de batalla, en Miranda de Azán, comenzaba la batalla campal que terminaría con el ejército del mariscal Marmont en franca retirada por el puente de Alba de Tormes.

Duelo mortal de fusilería, Salamanca, 22 de julio de 1812.

La batalla de Los Arapiles fue para los aliados, durante gran parte de la jornada, una batalla de maniobras y ataques oportunistas. Sin embargo, la última fase de la misma iba a consistir en un ataque frontal llevado a cabo a través de terreno abierto y contra una fuerte línea de defensa francesa, lo que recordaba más al asalto a una fortaleza. El general Ferey -que se había encontrado de sopetón al mando de la retaguardia del ejército francés- era plenamente consciente de que tenía que mantener la posición a toda costa para permitir la retirada del resto del ejército y evitar así su completa aniquilación. Ferey situó su división sobre una posición elevada conocida como El Sierro, que le permitía desplegar sus nueve batallones en una sola línea con varias filas de fondo y dos batallones formando en cuadro en cada extremo. La ladera facilitaba que los soldados de las filas de atrás dispararan sobre las cabezas de los soldados que estaban en la fila de delante, maximizando así la capacidad de fuego, que además estaba reforzada por los disparos de artillería que salían de los flancos.

Christa Hook representa en esta pintura el momento en el que la 6ª división británico-portuguesa, al mando del general Clinton, se encara con la 3ª división francesa del general Ferey, mostrando como protagonista al primer batallón del regimiento 32º de infantería de línea, integrado en la Brigada de Hinde.

El capitán Harry Ross Lewin, del 1/32º, nos cuenta cómo vivió él este momento:

Eran las siete y media de la tarde cuando la 6ª división, al mando del general Clinton, recibió la orden de avanzar y atacar la línea del enemigo que teníamos delante. El terreno por el que teníamos que avanzar era una ladera muy expuesta, como el glacis de una fortificación. Presentaba todas las ventajas para el enemigo, que estaba en una posición defensiva, y toda la desventaja para nosotros, que éramos los atacantes. No obstante, la división avanzó hacia su objetivo con determinación y confianza. Una cresta rocosa, sobre la que estaba desplegada la infantería francesa, se elevaba tan abruptamente que les permitía disparar con cuatro o cinco filas de fondo… El fuego de fusilería… era, desde luego, el más intenso de todos los que he vivido e iba acompañado por constantes descargas de metralla. Había un resplandor constante y la cresta de la colina parecía que estaba en llamas… ochenta hombres del ala derecha de mi regimiento cayeron todos a la vez detrás de mí. El oficial al mando cabalgó hacia ellos para conocer la causa y descubrió que estaban todos muertos.

La brigada británico-portuguesa situada en el extremo izquierdo de la 6ª división sufrió también terriblemente bajo el fuego francés, tal y como nos cuenta el mayor Frederick Newman, el oficial al mando del 11º de infantería de línea:

El siguiente movimiento de la 6ª división fue el ataque contra la posición francesa. Tan pronto como nos vieron avanzar, una nube de escaramuzadores descendió al pie de la altura y, cuando llegamos hasta ellos, abrieron fuego al tiempo que su artillería nos lanzaba una lluvia de metralla. Sin embargo, la brigada siguió adelante a pesar de todo y terminó por tomar la posición. No hicieron un solo disparo hasta que llegaron a lo alto, desde donde nos lanzaron una descarga de fusilería de despedida. Los regimientos 11º y 61º habían sufrido un terrible número de bajas. A los portugueses les tocó atacar la parte de la ladera más pronunciada, lo que permitió al enemigo mantener su posición y contraatacar. Me di cuenta de que tenían problemas y le propuse al brigadier Hulse que me permitiera reagrupar al 11º y atacar a los franceses por el flanco, pero no me dejó, afirmando que habíamos resultado diezmados. Un rato después, el pobre Bradford, el oficial administrador, se dirigió a la retaguardia y al extremo izquierdo y trajo una brigada de la 4ª división, que había logrado recomponerse, en nuestro apoyo. El 61º y el 11º atacaron hacia la derecha y terminaron tomando la colina. Éste fue el último combate.

Finalmente, los franceses abandonaron la posición de El Sierro, pero el precio que hubo que pagar por parte de los aliados fue extremadamente alto. El 61º y el 11º sufrieron un 65% de bajas, un número mayor que el de cualquier otra unidad aliada en la batalla. Es comprensible que fuera en Salamanca donde el 11º recibiera el sobrenombre de The Bloody Eleventh (El undécimo sangriento).

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FUENTE: HAYNES N./ HOOK C. (2015) Far in Advance. The Peninsular War Paintings of Christa Hook. The Peninsula Place.