Andrés Pérez de Herrasti
(1750-1818)

Gobernador de Ciudad Rodrigo

Andres Perez de Herrasti

El general Andrés Pérez de Herrasti combatió en la batalla de Tamames, librada el 18 de octubre de 1809, y apenas un par de días después recibió el empleo que le enfrentaría a dos de los más curtidos mariscales del Imperio, Masséna y Ney, convirtiéndose en gobernador militar de Ciudad Rodrigo, por entonces la sede de la Junta Superior de Castilla la Vieja, de la cual Herrasti sería presidente.

El 10 de julio de 1810, tras un asedio de dos meses y medio, Herrasti supo rendir la plaza de la que era gobernador en el momento preciso, sin faltar en absoluto a su deber como soldado, evitando la matanza que hubiera supuesto el asalto a las murallas. Dos días después de la capitulación, Herrasti marchaba al cautiverio en Francia junto a los supervivientes de su guarnición.

Como los demás deportados españoles, Herrasti recuperó su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón. En un lamentable estado físico y moral, Herrasti aún tuvo que enfrentarse en Madrid al Consejo de Guerra de Purificación, que afortunadamente no encontró en él el más mínimo atisbo de traición a los Borbones y que determinó su limpieza y le recomendó para ser empleado por el rey «en el destino y clase que tenga S.M. a bien». Fernando VII tuvo a bien ascenderle a teniente general el 28 de julio del año 1814 con la antigüedad del día de la rendición de la plaza de Ciudad Rodrigo. Ese mismo año le llegaría la concesión de la condecoración de la Orden de Lis por parte del restaurado rey francés Luis XVIII «para acreditar su adhesión a la causa de los Borbones» y en 1816 el nombramiento de caballero de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que luce con todos sus atributos en el retrato con uniforme de teniente general que se exhibe en el salón de plenos del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. Pero, en lugar de tantas distinciones, mejor hubiera sido concederle un destino más adecuado a su estado de salud. En el mismo año de su ascenso a teniente general, Fernando VII, obviando los problemas de Herrasti, le envió a Barcelona como gobernador militar y político, ciudad donde el clima húmedo agravaría su dolencia reumática. Hasta la capital catalana se trasladaría Herrasti con la que era su esposa desde el año 1792, María Antonia de Luca y Timmermans, y allí moriría el día 24 de enero de 1818, tras una vida enteramente dedicada a la milicia y tras emplear sus últimos años en emprender esenciales mejoras urbanísticas en la ciudad de Barcelona, tales como la construcción del primer cementerio extramuros.